Como ustedes saben, mis queridos culpables, la inspiración para tanta alharaca en esta humilde fanpage la sacamos de algún sitio, de lo que escuchamos o nos han contado y -por supuesto- de nuestras propias madres. En mi caso, de mi padre.
Mi papá a lo largo de vida ha aplicado muchas estrategias de humor y amor para criarnos y lidiar con lo difícil que es la paternidad y lo complejos que son los problemas de los hijos:
– Cuando llegaba de chiquita quejándome de alguna niña que me fastidiaba, me hacía ver lo fea que ella era y lo bonita que era yo. Se burlaba de sus facciones y le ponía hilarantes apodos mientras yo convertía mi llanto en carcajada.
– En esa misma época, cuando lo fastidiábamos o gruñíamos, nos amenazaba con cambiarnos en el mercado por un cebiche y una parihuela. Luego pensaba mejor y decía algo como: ¡ni fregando me los cambian!. Reíamos todos. Instantáneamente lo dejábamos en paz.
– Cuando mi hermana menor se ponía celosa y amenazaba con huir de la casa, le decía que mande fruta, ¡allá por donde vaya!. Automáticamente cambiaba de opinión, todos reímos hasta morir.
– Cuando pedíamos muchas cosas -a la vez-, mi padre decía que por favor lo sueeeeeeeelten (así, con todas las e) que ya estaba bien, que ¿hasta cuándo se es papá? ¡Ustedes se llevan toda mi plata! Y nos hacía reír a todos.
– Cuando me gradué, le dijo a mi madre que me volteara la olla, que ya está bien de tanto sangrado, que ya empiecen a devolver. Reímos a morir. Jamás lo hizo, ni conmigo ni con mis tres hermanos. De hecho todavía quiere pagarme cosas, yo casada, con hija y a mis 36 años.
– Cuando hablamos de la posibilidad de que alguna de mis hermanas deje la casa, nos dice: ¡ya pues, que salga la merca!. Sin embargo se pone a llorar cada vez que si quiera piensa en dejar de vivir con ellas.
– Cuando me casé, el brindis de mi padre fue: ¡que los novios hagan hijos!. Que ya era hora, que él ya quería -más- nietos y ¡que se pongan a trabajar!. Toda la audiencia estalló en risas.
– Cuando la gente le dice que los hijos no son de uno, sino de la vida, reclama ¿acaso la vida paga la pensiones? ¡Mis hijos son míos, mi esfuerzo me han costado! todos reímos hasta llorar.
Según he leído y según mi experiencia, el humor -en su justa medida- es una gran herramienta de felicidad, no solo refuerza lazos familiares sino que te enseña a tomarte a ti mismo no-tan-en-serio. Te ayuda a darle menos peso a los dramas y a vivir un poquito más feliz entre todo este gran río de niñas a la que no necesariamente les gustas, pero con las que tienes que convivir, porque así es la vida y amiga, amigo, eso no va a cambiar.
Además, creo yo, un padre y una madre con buen humor tiene más paciencia, no guarda rencores, juega y ríe más y además se acerca más a los niños. Tú puedes pensar que eso minimizaría su autoridad, pero no necesariamente es así. El lazo reforzado crea confianza, aquella que necesitarás cuando lo castigues. Es también válido castigar a nuestros hijos con humor pero cuando el caso lo amerite, ponerse serios y autoritarios. Un padre amargado todo el tiempo puede perder autoridad y credibilidad cuando las cosas son “realmente serias” y además promover la rebeldía ante un constante ambiente tenso.
Y para más detalle, les dejo este vídeo sobre la importancia del sentido del humor en la educación de nuestros hijos, cierren la puerta, háganse los dormidos y disfruten.