La escena es así: 7 p.m. de un día cualquiera: Es noche de rabietas: Los gritos de tu adorada criaturita en decibeles que normalmente el oído humano no puede soportar, pero que tú debes escuchar por más de 1,2,3, 4 minutos. Tú, que acabas de llegar apurada de una oficina el día que tu jefe le tocó estar de mal humor y pedir para hoy el informe que era para mañana. Tú que te cortaste el dedo picando la cebolla de un guiso que terminaste con las justas antes de ir a recoger al chillón al nido. Tú que justo hoy discutiste con el #BenditoEx por esa pensión retrasada. Tú que solo quieres hacer que la tierra te trague en ese mismo instante; o que anhelas que todo se detenga y tener tiempo de evitar gritar el triple, imaginándote a ti misma con un exótico coctel en la mano, contemplando el mar azul de algún paraíso caribeño. Porque si no lo haces…
Hoy escribo con ganas de hacer catarsis y a la vez de rendir homenaje a todas las Mamás Culpables que alguna vez tuvimos ese pequeño segundo de demencia, ese instante chiquito y previo al clásico conteo hasta diez. Ese momento fugaz en el que te mordías los labios mientras por dentro te convertías en dragón escupe fuego o lanzabas un alarido mudo que terminaba convertido en un martillazo en las sienes. Y ahora viene una confesión: Soy de las que ha alucinado a las adorables hijitas congeladas por una pócima mágica, o flotando en el aire, calladitas. Sí, lanzo esos pensamientos malos: zafa, vete, buuuu; los sazono con alucinaciones para no morir de desesperación y solo así vuelven a mí, cual mariposas, los efluvios de amor maternal. Y solo entonces es momento de contar hasta diez y respirar hondo para pensar en cómo manejar la rabieta. Claro, la cosa no siempre puede materializarse con autocontrol. Señoras y señores: pierdo la paciencia a veces y no creo ser la única en el mundo. #SomosHumanas #SomosLegión
Si tienes un bebé muy pequeñito, pues ve acostumbrándote, las rabietas comienzan como al año y medio de edad y pueden repetirse luego, por múltiples razones. Lo que pude aprender en este tiempo es que mientras más rabiosa se te ve, el crío prolonga los chillidos y puede darse el lujo de subir los decibeles hasta casi reventarte los tímpanos. Ignorar hasta que se canse, es lo que me aconsejaban siempre, “Yo logro que se calme en poco tiempo” dice fulanita, la mami perfectita del nido. Maravilloso, impresionante, aplaude la platea. ¿Y si te tocó de los jodidos? pues entonces este proceso puede ser MÁS LARGO. MÁÁÁÁS LARGO (léase esto como si le pusieras cámara lenta a la locución). Era hora de aplicar la alucinada del coctel en la playa caribeña, pero esta vez agregando a algún churro bronceado que te pregunta si quieres que te aplique…bronceador en la espalda. Suspira, suspira, el churro está ahí. Pausa, ommm. Ese momento de No Te Alteres Con El Critter ya está dando resultados. ¿Qué te mira y se arroja al suelo ensuciando el pantalón que le acabas de comprar? No aflojes, ya se va a calmar, mira al infinito, al infinito y más allá.
Pero, #OhWait , la rabieta fue en plena calle y mientras la criatura trapea el suelo con la ropa nueva que le compró su abuela a la vez que llora desconsoladamente, van tres transeúntes que te miraron con cara de “mala mujer, auxilia al fruto de tus entrañas”. Y hasta pasa una señora con aire de Madre Superiora que se atrevió a lanzar un: “Qué barbaridad, pobre niño, qué le habrán hecho sus padres”. Hora de pasar a alucinada Dragón Escupe Fuego. Chau señora, qué bien luce quemadita en mi imaginación mejor preocúpese por sus propios asuntos, ¿no?
Entonces decido cargar a ese mini ser humano que está a punto de volverme loca. Sí, eso me aconsejó el pediatra. Le tomo los brazos para evitar que siga sacudiéndolos y se haga daño, lo miro a los ojos con firmeza, sin decir nada. En unos años, cuando entienda más las cosas podré aplicar lo de mi Cara-de-Loca que tan buen efecto hace, pero mientras crece, debo recurrir a la Evocación de Cachorrito Apachurrable, que consiste en recordar el momento más tierno de la dulce cría que estás aupando. Carajo, sí, qué lindo es, qué bellos cachetitos, que ojos tan tiernos. Respira, respira, piensa en algo. Ah, ya sé, ¡desconecta! Whaaat? ¿De qué me hablas oe, que la única desconectada con alucinaciones eres tú? Ay no, esta conciencia que no entiende nada: me refiero a distraer al hiji con otra cosa tipo: ¡Mira una paloma! ¡oh, qué auto de color tan raro!.. Pero, ¡qué hablas! estás en un restaurante y a tu alrededor no hay más que treinta comensales mirándote con cara de: “Oe, saca a tu pequeño demonio que quiero comer tranquilo”. Hora de aplicar Lava la Carita del Critter y Dale Agua Para que se Calme. Eso sí, no olvides traer de regreso la alucinación de la playa caribeña, pero esta vez con una escena de restaurante frente al mar y la cena más deliciosa del mundo mundial. Es lo único que queda porque todo este trance te dejará sin comer por buen rato, a menos que la tarea la continúe tu tan lindo y colaborador marido, aka #PapáInocente. Lo justo, ¿no?